Por Idafe Hernández Plata y Ángeles Jiménez |
“Escaleno”, ¿cómo
el triángulo? No, como el músculo.
No siempre es bueno dejarse llevar por
los bienintencionados consejos de los amigos. Gracias a eso hoy nos podemos
reunir aquí para presentar la nueva novela de Claudio Colina; gracias a que
desoyó, no ya el consejo, sino la tajante prohibición de su amiga Nieves para
escribir una novela de montañeros. Luego la obligó a leérsela. Sé de buena
tinta que ella ha perdonado su rebeldía, él se la ha justificado.
El
cielo hinchado y redondo, mucho más cerca de la tierra, aquí mismo, el cielo no
azul ni rojo ni violeta sino paralizado en un púrpura sin nubes ni oxígeno, un
púrpura con filos negros que roza las aristas de la cordillera. El bosque ha
perdido todo lo verde, ya no es bosque sino una ladera infinita desde mis pies
hasta el valle erizada de troncos negros y pelados que emite un aliento de
caldera vieja. Los animales husmean, revuelven los restos fétidos entre los
árboles. Rocas grandes nos rodean, verticales y grises, en dudosos equilibrios
megalíticos. Se mueven, crujen como velas lamidas por un viento perezoso.
Piedras bajo la espalda, piedras como astillas caprichosas, guijarros bajo el
cuerpo, los músculos crispados y el saco de dormir que se desliza como un
caracol cuesta abajo hacia ese lago profundo que parece hervir, me escurro cada
vez más deprisa por un tobogán pedregoso, los miembros inútiles, el cuerpo
entero embutido y paralizado en esa funda ceñida de tela.
Así es Escaleno, o más bien así no es, porque Escaleno no es lo que parece, es como si cada momento pudiera
demudarse en otra cosa, siempre con una grieta abierta por donde se puede
escurrir lo inesperado. Como la montaña, tan megalíticamente estable y tan
imprevista, tan misteriosa, tan impensable. Como los glaciares, tan
mastodónticamente ágiles e inestables. Por eso Claudio ama las montañas, porque
hay que inventarlas cada vez. Y los glaciares, por los siglos de secretos que
esconden esas enormes lenguas de hielo durmiente: Sentado en una roca de la morrena lateral, envuelto por ese aire
gélido, frente a los secretos de aquella enorme lengua de hielo durmiente,
agrietada por los siglos, fumaba y afrontaba el silencio del valle. …encaramado
en su púlpito, escuchando como un cura las confesiones de aquel mastodonte
cuajado de siglos.
Esta aparente novela de montañeros
despistados, en realidad transluce una historia de escaladores que se obstinan
en un esfuerzo descarrilado que adivina el enfermizo empeño del hombre por no
coronar sus cimas, en fracasar para no tener que soportar la luz de arriba, el
aire irrespirable para el que no acostumbra a deambular por la altitud: Me falta el nitrógeno. Será el oxígeno,
Parde. Eso. Y el nitrógeno también, joder. El miedo al brillo del triunfo. Yo
creo que podría definirse como un libro de mal escalar.
Escaleno es
básicamente una novela de soledades compartidas, o de soledades que confluyen
hasta apenas rozarse para luego separarse de forma inevitable, y después
repetir el ciclo infinito del hombre de encuentros y desencuentros encadenados
hasta el último, el definitivo. El silencio de las piedras al rodar, del hielo
al quebrarse. Soledad y silencio ásperos de montaña seca. Un silencio bordado con el hilo transparente de la brisa.
El juego de los tiempos que Claudio nos propone
en las páginas de su novela, a veces incluso entre frases, nos obliga a estar
atentos, siempre al acecho de lo que vendrá después, de por dónde se hilarán
esas historias aparentemente deshilachadas, a sabiendas de que el que escribe
no da puntada sin hilo, no regala palabra sin frase.
Claudio juega con los tiempos entre las
historias, unas escritas en primera y otras en tercera persona, juega hasta
sugerir que cada historia fuera de otro tiempo, incluso de otro espacio. Cada
historia parece referida a otra, como si todas se vivieran a destiempo, o en
dos tiempos. Como si cada personaje se contara a sí mismo su monólogo mántrico sin pensar en quién le escucha,
o en quién le lee, por eso el lector acaba creyéndolo todo, porque parece
mentira, pero al final, muy al estilo Colina, esta novela se baba en lechos
leales.
Escaleno pareciera
escrita con humor de segundo plano, pareciera que nos vamos a desternillar de
risa en la siguiente escena, pero el giro posterior nos coloca en otra dimensión,
una vuelta imprevisible que nos hace explorar otras aristas. Entonces la
sonrisa no pasa de congelársenos en un rictus de mimetismo ambiental. Así, una
imagen hacia el final del cerebro
derramándosele por los oídos, el cerebro como una gelatina protestona a punto
de rebosar por las orejas, por culpa de la falta de aire, no nos aparta lo
bastante de la literalidad para tomarla a modo de caricatura.
Y claro, como no podía ser de otra manera, el libro termina con una única historia en la que tan presente como el miedo se hizo la verdad.
Y claro, como no podía ser de otra manera, el libro termina con una única historia en la que tan presente como el miedo se hizo la verdad.
Claudio Colina Pontes |
Idafe Hernández Plata |
Ángeles Jiménez |