Los border collie son perros muy listos, y muy inquietos. Irene también es muy lista, y seguro que en sus tiempos, también muy inquieta. Ahora ya no puede porque tiene casi cien años. Pero sigue siendo muy lista, eso sí. El caso es que ella quería un perro y sus hijos le daban largas, a ver si se olvidaba. Como insistía en vivir sola, pues cómo iba a cuidar de un perro si no podía cuidarse ella misma y sus hijos, ya jubilados los dos, tenían que ocuparse de la intendencia de la casa. El caso es que un día bajó a la plaza, porque Irene seguía bajando a la plaza, y les comentó a sus vecinos que quería tener un perro, que si sabían de alguno para adoptar.
—¡Qué casualidad! La perra de mi nieta parió hace poco, así que te doy uno. ¿Qué prefieres, macho o hembra? —Antonia, que vivía en el edificio de enfrente, se ofreció en seguida, que tenía que terminar de colocar a los cachorros.
—Estupendo. Preferiría hembra, ¿para cuándo me la darías?
—Pues ya, que me quedan dos: macho y hembra. La perra parió hace tres meses, pero a mi nieta le está costando deshacerse de los perritos. Son tan monos…
—Bueno, dile que yo se la cuidaré bien.
—No me cabe duda. Pues subo a casa y te la bajo ahora mismo.
Con lo que Irene bajó de su casa sola y subió con su cachorrita en brazos. Cuando llegó a su piso, ya le había puesto nombre. Así se la presentó a sus hijos, que le estaban preparando el almuerzo:
—Katia, se llama Katia, a que es bonita, ¿verdad, hijos?
Los hijos se quedaron mudos. Tampoco podían reprocharle nada porque entre las largas que le habían dado figuraba la de «pregunta a tus amistades», pensando en que entre los ancianos del barrio no iba a encontrar mascotas que adoptar. Pero como tantas veces, la habían subestimado. Ya se sabe que «genio y figura…».
Total, que los hijos tuvieron que dedicar la tarde al veterinario, compra de cama y comida perrunas, collar, de color rosa, por supuesto, correas… Irene, encantada. Insistió en que le enviaran una foto desde la tienda con las camitas que tuvieran en la exposición para elegirla ella, y eligió una roja con efecto abrazo. Y Katia, también encantada.
Pues eso, que a partir de entonces, los hijos también tuvieron que ocuparse de la border collie, porque su madre no estaba para sacarla a pasear.
Pero sí estaba para conversar con ella, para echar las tardes las dos juntas: la perra parecía entender todo lo que le decía.
Pasaron los meses y llegó la Navidad. Ese año Irene se empeñó en que la celebraran en su casa, que no sabía si estaría presente el próximo año. Y los hijos, pensando lo mismo, se las arreglaron para organizar la cena de Nochebuena en casa de la madre.
Cuando terminaron de cenar, Irene les dijo que Katia estaba tan agradecida con que la hubieran adoptado que les tenía preparada una sorpresa. Y empezó la función:
—Katia, ¿cómo hacen los perros?
—Guau.
Luego, le mostró un dedo de su mano y Katia emitió un ladrido; después, dos dedos y Katia emitió dos ladridos; tres dedos y Katia emitió tres ladridos. Luego, golosina.
—Katia, ¿cómo hacen los perros?
—Guau.
—Bajito.
—Guau —ladró la perra en un susurro.
Otra golosina.
—¿Qué les parece?
La familia se había quedado impresionada y la perra parecía encantada de sus propios encantos.
—Mamá, ¿tú le has enseñado todo eso? —dijo uno de los hijos.
—Pues claro, ¿quién si no? Bueno, y tengo que decirles otra cosa: Katia actúa mañana en la plaza para todo el barrio. Como les he hablado tanto a todos de sus progresos, quieren verla, así que mañana debuta, ¿verdad, cariño? —y acarició a la perra que se le subió a las rodillas.
La tarde del día de Navidad, el barrio había ocupado la plaza de pura novelería con la perra amaestrada, que bastante se había guardado Irene de mostrar sus habilidades en público. Tampoco sus hijos la dejaban salir sola con Katia porque podía tirarla al suelo, que iba sobrada de energía juvenil.
Abuela y perrinieta se colocaron en medio del gentío para iniciar el repertorio previsto de ladridos dirigidos. Irene empezó:
—A ver, Katia, ¿cómo hacen los perros?
—…
Katia la miró con las orejas tiesas, pero no ladró.
—Katiaaa, ¿qué cómo hacen los perros? —insistió Irene.
Nada. Katia seguía mirándola atenta, como esperando una orden diferente.
Entonces, Irene le mostró un dedo.
Katia, nada.
Otro dedo.
Nada.
—Pero Katia, cariño, ¿y todo lo que hemos ensayado? Nadie me va a creer cuando les diga de lo que eres capaz.
La perra seguía mirándola atenta.
Irene se fue enfurruñada a su casa arrastrando a la perra. Parecía una madre enfadada con su hija porque se había quedado en la plaza más de la cuenta. La perra, orejicaída, mirándola con desconsuelo: «Por qué estará tan enfadada la abuela».
Los vecinos que se quedaron charlando en la plaza pudieron observar a abuela y perrinieta recortadas al contraluz de la ventana de su salón: la abuela la reprendía señalándola con el dedo; la nieta respondía con un ladrido cada vez, encantada de haber recuperado la intimidad de sus conversaciones domésticas.
Q maravilla y encima se llama Katia.
ResponderEliminarMe encanta.
Por algo será…
EliminarKatia sí que sabe: superó a Irene en inteligencia. ¿Para qué exponer en público el valor de la intimidad de una relación?
ResponderEliminarTal cual
EliminarTal cual
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