17 noviembre 2025

Santa Cruz, año 2030

Voy al aeropuerto a recoger a mi primo, que acaba de decidir por fin venirse de Venezuela: «Que no me voy, que yo nací aquí, que mis padres se vinieron desde Canarias con lo puesto, que yo estaba aquí antes de toda esta panda de venezueloides, que soy más venezolano que ellos, que no…». Pues al final tuvo que ser que sí y aquí lo tenemos. Se va a quedar unos días en casa hasta que se ubique. No sé cuánto dinero habrá conseguido traer, tal y como están las cosas por allá, pero vamos a ver si es suficiente, porque con lo caras que andan aquí las casas... En fin, ya veremos, todo sea por la memoria de los abuelos emigrantes.

—¡Hola, primo! Por aquí, ven, estoy aquí. 

Como hace tiempo que no nos vemos, me adelanto en el reconocimiento.

—¡Hola, primo! ¿Cómo estás? ¡Qué alegría verte!

—Lo mismo digo. ¿Solo traes esas dos maletas? Poco embalaje para toda una vida.

—Pues no te creas que saqué mucho más. El resto lo mandé por paquetería.

—Vale. Pues venga, vámonos, que en casa te están todos esperando, y los porteadores cada día son más escasos.

—¿Porteadores?

—Claro, para llevar las maletas, no las vamos a cargar nosotros, ¿no?

A la puerta del aeropuerto, mi primo pone cara de extrañeza de mi regateo con los porteadores, pero eso es porque todavía no conoce los movimientos locales, ya se acostumbrará. También le extraña que cojamos la guagua.

—Primo, ¿tú no tienes coche?

—Tener tener, sí que tengo, aquí todos tenemos o hemos tenido coche, otra cosa es que tenga alguna utilidad.

—¿Y eso?

—Bueno, ya lo vamos viendo, no te voy a explicar todo nada más llegar, que luego no me queda que contarte para otros días… —Hay cosas que son difíciles de explicar, así que será mejor que las vaya descubriendo por él mismo.

Cogemos la guagua hasta el intercambiador de La Laguna. Los dos porteadores que nos acompañan viajan con billetes gratuitos, pagados por el ayuntamiento, ¡qué menos! La cara de mi primo es un poema, o un microrrelato, que no sé a qué viene eso del poema. Tiene muchas cosas que entender, hace más de diez años que no viene por aquí, desde antes del colapso.

Nos bajamos en el intercambiador, a partir de ahí, el trayecto hasta casa se hace caminando.

—¿Vamos a ir caminando hasta tu casa? ¿Pero tú no vives en Santa Cruz?

—Sí, claro, donde siempre. ¿Por qué te crees que contraté a dos porteadores? Hoy hemos tenido suerte, porque cada día escasean más y son más caros. Los estudiantes, que son los que más se dedican a esto para pagarse la universidad, cada día son más vagos, ya no quieren trabajar, se han vuelto unos pijos.

—Pero ¿cómo que vamos a ir caminando hasta tu casa? Si hay como diez kilómetros.

—Bueno, sí, pero en bajada, que no es para tanto.

A medida que bajamos los coches se adensan más en las carreteras, en las calles, todas llenas. En algunos tramos no dejan casi hueco para pasar.

—Pero ¿y estos coches, qué hacen aquí?

—Cola.

—¿Cómo que cola? Si están todos vacíos, no hay nadie dentro, aparentan llevar ahí mucho tiempo.

—Cinco años, para ser exactos.

—No entiendo nada.

En eso, nos encontramos con unos policías locales discutiendo entre ellos y con otras personas alrededor.

—¿Y ahí qué pasa?

—¿Ahí? Nada, los policías tratando de resolver el colapso del tráfico.

—Pues no parece que estén avanzando mucho.

—Nada, ni un centímetro en cinco años. Pero ellos siguen en sus puestos.

—¿Los mismos?

—No, hombre, claro que no. Ellos cambian el turno, algunos de los primeros ya se han jubilado o cambiado de puesto de trabajo, porque este debe de ser bastante estresante, discutiendo todo el día con los conductores alterados.

—¿Cómo alterados? ¿Llevan cinco años alterados?

—Tampoco. No son los mismos, ellos también hacen turnos y algunos también se han jubilado, pero sus hijos les toman el relevo.

—Pero vamos a ver, ¿qué es lo que ha pasado aquí? Explícamelo de una vez.

—Te lo voy a resumir mucho: un domingo de hace cinco años el ayuntamiento cerró toda a ciudad por un evento deportivo, ya nadie recuerda cuál exactamente, y desde entonces no ha sido posible desenredar el nudo que se formó con el tráfico de Santa Cruz. Yo creo que en el fondo ya a nadie le importa, lo que cada cual sigue interpretando su papel por costumbre, y porque tampoco se nos ha ocurrido hacer otra cosa.

Hay que ver la cara de mi primo…

—¡Que no, hombre, que no pienso mover mi coche de aquí! Que se muevan antes todos esos, que llegaron después. 

—¿Tú también les gritas a los policías?

—Claro, es mi deber como ciudadano de a pie, nunca mejor dicho. No vale para nada, los policías ya ni escuchan, pero todos nos sentimos en la obligación de reivindicar nuestros derechos, que ya ves, cada vez más torcidos. ¡Que yo pago mis impuestos! En fin, ya casi estamos llegando.

Ahora la cara de mi primo es un relato corto, ya no un micro.

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