07 febrero 2014

Presentación de "Cúrate el alma", de Jorge Armas


Un amigo me comentaba hace unos días que no deja de ser curioso presentar un libro para curarse el alma en un antiguo convento y se me ocurrió pensar en las formas diferentes de tratarse el alma, quizá se podría pensar incluso que se trata de almas diferentes: el alma divina y el alma humana. La de Cúrate el alma es inequívocamente la humana y se cura con trabajo, no con penitencia, sino con trabajo y más trabajo, y además con responsabilidad sin culpa.
El título de curarse el alma sugeriría en principio que alma y cuerpo fueran cosas separadas y por tanto, que pudieran curarse, y enfermarse, de forma independiente, como si fueran asuntos distintos. Una idea por otra parte muy difundida socialmente, puede que por la pereza de trabajar cuestiones más elaboradas. Todo el texto, por el contrario, se dedica a acercarnos a la concepción del ser humano como una unidad en cuerpo y alma: difícilmente un padecimiento orgánico no produciría afectación emocional y una emoción amarga no dejaría huella en el cuerpo, aunque solo fuera en forma de un rictus facial sombrío.
Otro tema sería cómo saber que se tiene el alma enferma, cuáles son los síntomas, porque parece que hay más costumbre de observarse el cuerpo que el alma, además de que se dispone indudablemente de más recursos para tratar el cuerpo que el alma. Por eso nadie duda en acudir al médico a consultar cualquier dolor en el cuerpo y los dolores del alma muchas veces no se sabe ni a quién consultar. Por no mencionar que la mayoría de las veces no se sabe ni que se tienen ni que es innecesario tenerlos, que se puede vivir sin dolores, no es pecado.
Y es que al alma no se la puede tocar, ni diseccionar anatómicamente, ni analizar en el laboratorio, por eso para muchos no existe, porque tienen dificultades para subjetivar; pero qué es un ser humano sin alma, solo queda el animal sin palabras. Lo que sí se puede hacer con el alma, y de hecho se debe hacer, es escucharla, incluso hasta cuando no nos gusta lo que nos cuenta, ahí es cuando hay que escucharla con más atención. Escucharla o enfermar por sordera. Afortunadamente, tampoco se la puede extirpar.
Pues como parece que de momento no contamos con cirujanos expertos en almas que nos vengan a solucionar nuestras dolencias, solo nos queda encomendarnos a Dios o a nosotros mismos si queremos una vida algo más participativa e interesante.
Decía antes que el alma, ahora añado el cuerpo, se cura con trabajo, la salud se produce, no viene dada, pero ojo, que la enfermedad también. Ambas son de nuestra entera responsabilidad. Por eso insiste Jorge en la importancia del trabajo en la vida, en que no se puede vivir sin trabajar, si dejamos de trabajar morimos, aunque sigamos deambulando por aquí durante una temporada más, generalmente no muy larga. Y no se refiere estrictamente al trabajo remunerado derivado del contrato de tiempo por dinero, el trabajo es un concepto más amplio; se trata de no dejar de producir, lo que queramos, lo que elijamos, se trata en definitiva de producir salud y vida.
Porque según un conocido principio de la física, la energía no se crea ni se destruye, solo se transforma, así que la energía que traemos desde el nacimiento, y que se conserva intacta durante toda la vida, aunque en ocasiones creamos que nos ha abandonado, debemos emplearla sabiamente, ponerla en la dirección apropiada, porque se puede poner en la salud o en la enfermedad, en producciones provechosas o en síntomas empobrecedores y peligrosos.
Y la mejor forma, quizá la única, de encauzar esta energía en la dirección correcta es saber hacia dónde nos dirigimos, cuál es nuestro objetivo en la vida y cómo pretendemos llegar a él. Elaborar proyectos que nos acerquen a ese objetivo y no cejar en el intento por muchos obstáculos que nos encontremos en el camino, sin obstinarse, como todo, evidentemente.
Comenta Jorge en su libro que los médicos que practican la medicina tradicional china les preguntan a sus pacientes cuál es el objetivo en sus vidas, si les contestan que no lo saben o que no lo tienen, les confesarán honestamente que no pueden hacer nada por ayudarlos. Así es, sin objetivos, sin proyectos no hay vida ni salud. Y un proyecto se diferencia de una fantasía en que tiene fecha concreta de ejecución, tiene un plazo y un plan concreto que hay que llevar a cabo. Si no, no era un proyecto, era otra cosa, quizá hasta un delirio.
Los proyectos ponen límites a la inercia de nuestra pereza. No se puede vivir sin límites, la muerte es el límite absoluto, por eso existe la vida. No hay vida sin muerte, pero hasta allí, todo es vida. Hasta entonces, mejor vivir sin resentimiento, envidia, odio o miedo. Y
–¿Miedo de qué?
–De tu propia luz.


Con los fotógrafos: Sayda, Victoria y Benjamín, muchas gracias

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