07 diciembre 2022

Unicornios sin colores

Texto escrito en el grupo de whatsapp durante el XXVII Festival Internacional de Cuentos de Los Silos por Miguel Ángel Brito, Luis Piñero, Beatriz Suárez, Nieves Lorenzo, Manuel Castilla y Ángeles Jiménez

Nada me hacía sospechar que tras la puerta de la habitación 321 del hotel Ziguaraya me estuviera esperando aquel unicornio verde que tanto me desveló de niño, cuando todavía creía que todos los unicornios eran azules.

            Había pasado tanto tiempo desde nuestro último encuentro, tanto, que su imagen casi se me había desdibujado por completo. Aun así, recordaba su abrumadora presencia que llenaba todo mi universo infantil.

            «¿Qué le había traído hasta aquella habitación 321 del hotel Ziguaraya cuarenta años después de nuestro último encuentro?», pensé. No estaba borracho, no. El chupito de anís El Mono que me tomé en la tasca antes de volver al hotel difícilmente sería capaz de recrear en mi cabeza el porte elegante de mi amigo. Era tan real como los zapatos que llevaba puestos. 

            Como un escupitajo, salió la pregunta de mi boca:

            —¿Por qué has tardado tanto en volver? —pero no hubo respuesta. 

            Se mostraba frío, distante, casi sin alma. No era el mismo. No era aquel unicornio que me envolvía con su pasión, que me impulsaba a realizar mis sueños, que me fortalecía cuando los giros inesperados del camino me atravesaban como el acero. Pero era mi unicornio. Tampoco yo soy como antaño.

            Ni el unicornio parecía haber vuelto para rescatarme a ese mullido universo infantil. No. 

            —¿Recuerdas los sueños que nos inventamos juntos? —me dijo de repente. 

            Nunca antes me había hablado, así que debía de tener algo importante que decirme.

            Tardé en darme cuenta de qué me hablaba. Pero sí, claro que recordé. Recordé cómo él se presentaba cada noche en mi habitación. Recordé cómo acudía a mi llamada en forma de conjuro y surgía galopante desde el espejo que colgaba de la pared. Entonces, se echaba a mi lado y se dejaba montar, y agarrado de sus crines blancas trenzadas me llevaba a revisar lo que había hecho ese día, en una vuelta al pasado más cercano, y todo salía a pedir de boca, todo. Sí, todo se volvía perfecto de repente: las burlas de mis compañeros de colegio se tornaban en admiración por mi porte elegante, las regañinas de la profesora por mis faltas de ortografía se tornaban en elogios sobre la brillantez de mi escritura, los tortazos de mi padre se convertían en abrazos cálidos llenos de orgullo paternal. 

            —Sí, claro que me acuerdo —contesté. Y acto seguido repetí la pregunta—: ¿Por qué has tardado tanto en volver?

            —Me lo pediste tú, recuerda. Un día me lo pediste tú sin darme una explicación. Llevo todos estos años esperándote y hoy he vuelto porque me lo has pedido, aunque aún no lo sepas. Querrías cambiar eso que pasó hoy, aunque no sé si ya será tarde.

            No sabía realmente qué había pasado hoy, ayer o nunca. Bajo el pretexto de un chupito de anís, repetidos como el amanecer, había relámpagos de alcohol que desataban tormentas. Qué era realidad y qué era imaginación. Solo llamaba pidiendo auxilio. Y el que siempre había estado ahí, aun sin llamarlo, sin pronunciar su nombre, sin pensarlo, era el unicornio. Mi unicornio.

            Y entonces lo entendí, entendí todo el mensaje. El mismo mensaje cabalgando desde el principio de mi tiempo a lomos del animal etéreo: ni verde ni azul ni nada… sino de todos los colores con los que se dibujan los sueños. Todos habían estado ahí siempre, era yo el que no me había atrevido a coger la paleta y pintar los míos con mis propios colores. Claro, clarísimo…

            Cuando volví a mirar el unicornio ya no estaba allí. Ni siquiera estaba seguro de que hubiera estado alguna vez allí. Pero su estela envolvente llenaba todo el espacio. Me llenaba a mí, por dentro y por fuera.

            Y salí. El viento fuerte que se agitó justo en ese momento me empujó a iniciar el camino. Iba con retraso y necesitaba impulso. Me subí al templete de la plaza y, como Ulises en su barco, inicié el camino de regreso a casa. Un camino que en mi caso era en realidad de ida.

            Me despedí del pueblo sin mediar palabra y me fui al aeropuerto. Cogería el primer avión que despegara con destino a las mismas fuentes del viento. Y me lancé a volar.

Microrrelatos XXVII Festival Internacional de Cuentos de Los Silos: Migrantes


Mukhtar entró a saco en la pastelería: la mirada negra, el cuerpo negro, el hambre negra. Todos quietos. La niña le ofreció helado del suyo: blanco. Él no lo probó. Los de Inmigración lo sacaron sin mirarlo.

 

El gato viajero, negro, acompañó a Mukhtar desde las tierras de detrás del desierto. Le trajo suerte: mantuvo el agua a raya, lejos de la patera. Y luego más: el gato era buen cazador. Comieron juntos. Después, se separaron, cada uno a su caza.

 

La maleta de madera llena de cosas. Pocas cosas. O muchas, según se mire. El hombre y la mujer abrieron la única maleta en la pensión sofocante recomendada por los que atravesaron antes el mar. La mujer sacó el mantel calado para desayunar: dos plátanos.

15 julio 2022

Presentación de CasaDores, de Estela Valido (ed. Distrito 93)



Estela Valido es el seudónimo de Ana Joyanes, Miguel Ángel Brito,
Ángeles Jiménez, Teresa Giráldez e Inma Vinuesa

«¿Cuánto pagarías por matar a alguien? ¿Cuánto, por verlo morir?
La crueldad más extrema puede encontrarse a la vuelta de la esquina, en las calles de cualquier barrio de una ciudad cualquiera, tras las paredes de cualquier casa, de cualquier bar.
Todos llevamos un voyeur en nuestro interior. CasaDores te permitirá ver a través de la rendija de la puerta de un almacén o el visor de un fusil las pasiones más abyectas que esconden personas corrientes, el coraje que pueden mostrar seres humillados y acorralados. A través de sus páginas vivirás en primera persona la emoción de la caza, el dolor del desarraigo y la pérdida, el desprecio al extranjero, el terror ante la muerte inminente, la embriaguez que proporciona la venganza Sentirás el frío de aquellos para quieres un ser humano es solo una presa más».

«Se marcha el último cliente del bar CasaDores, pero la actividad no he terminado. La trastienda bulle, se prepara para una noche larga y excitante.
Vidas paralelas. La cara que todo el mundo conoce oculta otra muy distinta: oscura.
Seres perdidos que no encajan en su propia existencia.
Negocios secretos, aficiones innombrables.
La noche acaba de empezar».

Estela Valido es el seudónimo adoptado por los cinco coautores: Ana Joyanes, Ángeles Jiménez, Miguel Ángel Brito, Teresa Giráldez e Inma Vinuesa.
Sus perfiles profesionales son muy diferentes: dos médicas, un farmacéutico, una bioquímica y una fisioterapeuta unidos por la misma pasión, escribir.
Han escrito de manera conjunta varios libros de relatos cortos, como Historias fonendoscópicas, Crónicas del Acojeja o Entrepáginas, junto con otros autores. También han participado en diversas antologías, así como en publicaciones individuales.





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10 junio 2022

Presentación de Puntadas con hilo (ed. Idea)*



Puntadas con el hilo de las palabras que flotan ajenas a los tiempos y espacios del mundo, aunque incrustadas en cada minuto y en cada lugar que haya habitado el ser humano. Palabras dispuestas a reinventarle al hombre sus andares terrenales para conducirlo a los caminos que transita el espíritu. Palabras mágicas que siempre consiguen crear nuevos senderos, tan reales como los que nos gastan cada día los zapatos. Palabras brujas capaces de repartir conjuros.


Este libro está cosido con las puntadas del hilo de los cuentos, de los relatos que regala la gente en su caminar por la vida, de la suya o de la de otros. Cuentos inventados con esos restos deshilachados escuchados al pasar. Recosidos con las puntadas mágicas que solo pueden dar las palabras.

Los relatos están entretejidos con la vida, empezando por la muerte, que es la que da sentido al resto; la vejez, antesala de la muerte o triunfo de una vida plena; el amor, que todo lo enreda, pero con redes en las que todos deseamos caer; la enfermedad, escollos que nos enseñan a vivir si sabemos leer entre sus líneas; las historias de los pueblos enhebradas por los duendes, o de las comunidades de vecinos; también el desamor, quizá el abono del amor siguiente; y el arcoíris, que cierra este recorrido de matices esperanzados. 

            La idea de hilvanar estos textos surgió en verano, en las sobremesas refrescadas con helados al ron, esas en las que todo es posible. Tardes en las que la brisa que mueve apenas las olas suaviza el bochorno recalentado por el sol salvaje del mediodía. Aires que tratan de retrasar hasta la noche las explosiones de los fuegos artificiales para rendir tributo a la Virgen de agosto. Atardeceres enrojecidos detrás de los tarajales que parecen susurrar nuevas historias. Espacios que nos gustaría retener, pero que se nos escapan porque solo se detienen en sí mismos. Tiempos por los que suspiraremos hasta el siguiente encuentro, siempre puntuales si estamos presentes, si no nos distraemos en una vida sin historias.

           Mis historias son inventos reales como la vida, que también se inventa, juegos malabares con palabras revoltosas, provocadoras de puro artificio. Espero que hagan disfrutar al que se detenga a contemplarlas tanto como me han hecho a mí disfrutar hilándolas.


        *Puntadas con hilo fue seleccionado para su publicación en el Concurso del Festival Índice organizado por el Cabildo de Tenerife en 2021.






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