Mukhtar entró a saco en la pastelería: la mirada negra, el cuerpo negro, el hambre negra. Todos quietos. La niña le ofreció helado del suyo: blanco. Él no lo probó. Los de Inmigración lo sacaron sin mirarlo.
El gato viajero, negro, acompañó a Mukhtar desde las tierras de detrás del desierto. Le trajo suerte: mantuvo el agua a raya, lejos de la patera. Y luego más: el gato era buen cazador. Comieron juntos. Después, se separaron, cada uno a su caza.
La maleta de madera llena de cosas. Pocas cosas. O muchas, según se mire. El hombre y la mujer abrieron la única maleta en la pensión sofocante recomendada por los que atravesaron antes el mar. La mujer sacó el mantel calado para desayunar: dos plátanos.
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