Los dos hermanos venían caminando hacia mí por la Rambla. Bueno, no sé si serían hermanos, pero se parecían mucho. Aunque la gente que convive acaba pareciéndose mucho, aunque no sean hermanos. Y hasta los animales, o no se han fijado en el parecido de los perros con sus humanos: en mi edificio hay un golden retriever que es clavado al dueño, solo se diferencian en el color del pelo. Y en algún que otro detalle menor.
Los dos hermanos lampiños, que no sé si son hermanos, pero lampiños sí que son, cincuentones, vestidos como en los años cincuenta, que es cuando aprendió a vestir su madre a sus hombres. Porque seguro que los vestía la madre, eso seguro. Las frentes bastante despejadas de pelo, y las coronillas, que ya no les daba para fleco. Seguro que su madre les cortaba ella misma el fleco de chicos, pero ahora se podía ahorrar el trabajo. Aunque su madre igual ya no viviría. Seguro que no, porque si no, no los dejaría salir a la calle con la raya de los pantalones beis mal planchada. Las de los dos: cuatro rayas en total. Claro que no. Pero ellos como si viviera, viviendo de las rentas de todo lo que les enseñó. Puede que incluso viviendo justo de las rentas de la madre: en la misma casa de la madre, con los mismos platos y cubiertos y cuencos y tazas de café… Los manteles seguro que no los sacarían de la cómoda, a ver quién iba a planchar esos manteles de algodón bordados. Los guardarían para cuando se casaran, como dote para las que los pillaran. «Quién pillará a mis hijos, quién será, porque todavía no ha nacido la que los merezca». Y eso ellos lo sabían bien porque su madre se pasó la vida repitiéndoselo.
Los dos hermanos por la Rambla, que solo les faltaba cogerse de la mano, clavados.
Pero a ver, es que cuando me pongo a inventar me lo creo todo, si es que me monto unas películas... Estos dos señores serán hermanos o no, y a mí qué me importa. Como si fuera ilegal, o pecado, pasearse por la Rambla, incluso cogidos de la mano, que ya se puede. Y todo eso que me acabo de inventar no son más que prejuicios, a saber a qué se dedican y cómo se han montado su vida. Como si la gente no pudiera vivir como le diera la gana. En fin, que lo de su madre seguro que no es así…
Al cruzarme con ellos me asalta un olor intenso a Nenuco.
No voy a seguir inventando, que ya está bien, pero seguro que la compran a granel en el súper, para los dos, como ha hecho su madre toda la vida, que a granel es mucho más barata.
Y todo esto en lo que tarda uno en cruzarse con alguien en la calle. Me lo tengo que hacer ver…
También podría ser que fueran huérfanos, abandonados en la Casa Cuna al poco de nacer, pero amparados por la cocinera, que no se los podría llevar a la casa porque ya tenía cinco hijos, lo que sí los ayudó a estudiar, para que se hicieran hombres de provecho… Pero ya, ya, ya… lo dejo cuando quiera...