¡Feliz Día del Libro!
Aurora nunca había visto amanecer. Como si tuviera que conformarse con su nombre para reiniciar su vida cada mañana. O como si su propio nombre ya le bastase para iluminar su camino. Y nunca lo había visto en sus casi ochenta años.
Un día se lo confesó a su sobrina, que no daba crédito. Le preguntó que cómo nunca lo había mencionado antes y la tía le dijo que por vergüenza. Y eso que con los años se despertaba cada vez más temprano, antes de que saliera el sol, pero nunca se había animado a salir a la calle a buscarlo, porque desde su casa encajonada entre edificios no lo podía ver. Ahora, además, se le había sumado el miedo, porque al fin y al cabo, para ella era un acontecimiento desconocido. Por eso se lo confesó a la sobrina, porque no se atrevía a decírselo a sus hijos, que seguro la tomarían por tonta, y necesitaba alguien que la acompañara a conocer la aurora de la que se copió su nombre. Cuando vivía su Pedro nunca se planteó la necesidad, pero de un tiempo a esta parte se le había convertido en una obsesión.
La sobrina entendió la importancia del asunto para Aurora, y también su necesaria discreción con el resto de la familia, así que le propuso que conocería el amanecer a lo grande: la llevaría a verlo a Las Cañadas del Teide.
Sin dar explicaciones, salieron de madrugada las dos en el coche de la sobrina con tiempo de sobra para ubicarse en el lugar perfecto, que allí arriba puede ser cualquiera. Aparcaron y extendieron una manta en el suelo. Iban bien abrigadas y pertrechadas con café caliente y rosquetes. Se tumbaron y la sobrina le cogió la mano, que a la tía le sudaba de emoción.
Quietas, calladas, ninguna quería quebrantar el rito de aquella ceremonia iniciática. Empezaron a clarear los colores del alba. Cada vez más claro hasta que el sol atravesó el horizonte, brillante. La sobrina le cogió la mano más fuerte, ya no sudaba. Esperó a que la tía dijera algo, no quería arruinarle el momento con sus palabras. Pero al rato le pareció que el amanecer de ese día ya podía darse por concluido y la tía no hacía ningún comentario. Tampoco, movimientos: dormía como un tronco.
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