12 octubre 2025

Niñiperros y perriniños

Un niño semidesnudo paseaba a su madre por el parque. Con el calor, daba un poco de envidia no poder imitarlo. Aunque solo por lo de la ropa, porque la verdad es que ir descalza como el niño por aquella tierra sobre la que tantos colegas perrunos, colegas de paseo, digo, llevaban transitando desde hacía unas cuantas generaciones no es que fuera de envidiar. El niño corría, se subía y se bajaba de los bancos, se metía entre las matas, caminaba por la tierra triturada por tantas patas. La madre lo dejaba hacer. Lo animaba a hacer sin limitaciones impertinentes sobre restricciones culturales: ropa, zapatos, las cosas del suelo no se llevan a la boca… Así crecería mejor, más natural. Una madre no tan joven como las de antes, porque ahora, para tener un hijo hay que tener tiempo para organizarse, no como antes, que se paría sin pensar.

Una señora de las de antes, ya con todos sus hijos paseados a su debido tiempo, probablemente con ropa y zapatos, que al parque no se va de cualquier manera, ya sin hijos a los que pasear, paseaba a un perro lanudo en un cochecito perruno. El perro blanco, o la perra, porque llevaba un vestidito rosa y estas señoras son mucho de rosa para ellas y azul para ellos, se paseaba orgullosa en el vehículo propulsado por su ama, o su criada, que la cara de la perra tenía hasta expresión. Hasta parecía mirar con displicencia al pasar, arrogante y engreída de su propia belleza, peinada de peluquería.

Ya no se puede ir a pasear al parque para relajarse, porque en cualquier rincón le asaltan a una intensas cuestiones existenciales del calibre de «de dónde venimos», pero sobre todo, «a dónde vamos a parar». Tengo que buscarme otro lugar de esparcimiento…

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