23 noviembre 2025

Los Combonautas


La XVII promoción de Medicina de la ULL celebra sus 35 años de graduación


¡Qué bonito todo! ¡Qué reencuentro tan estupendo! Maravilloso… 

Años tratando de reunir pretextos para no quedar, que hasta recurrimos a la excusa perfecta de una pandemia para hacer como si no hubieran pasado treinta años —«Así que pasen treinta años», que decía la canción ochentera—, y al final ya no hubo más remedio que ceder a escuchar a los Combonautas, agotados los argumentos. Pues ya está, si había que ir, se iba y listo. No fuimos todos, que todavía quedó gente que consiguió alguna excusa de última hora para librarse: una viriasis, un deber familiar inexcusable… En fin, los que no acudieron tampoco es que fueran muy creativos, pero el caso es que escurrieron el bulto. A mí me da igual, lo que me da envidia es que no se me ocurriera inventar lo que ya estaba inventado de toda la vida, pero con eso de tratar de huir del lugar común, allí tuve que ir, por falta de imaginación, nada más.

El caso es que todo fue muy bien, mucho mejor de lo previsto: los Combonautas lo dieron todo, y los asistentes lo recogimos con ganas, venidos arriba, hasta arriba de copeteo experto, como aprendimos juntos en nuestra tierna juventud compartida. Todo bonito, estupendo, maravilloso… Un encuentro entrañable —cómo odio esta palabra, pero tengo la imaginación atolondrada desde la gran quedada—. Hasta hubo espontáneos que se atrevieron a compartir el escenario con nuestras estrellas particulares: una locura.

Bueno, la locura vino después. Y todo fue cosa de JC, siempre es culpa de JC, porque él también se viene arriba y luego no se sabe bajar. Luego no hay manera de bajarlo: «He invitado a venir al negro del WhatsApp». ¡Ja, ja, ja!, qué divertido, pues no nos dio la tabarra ni nada cuando estuvo vigente. Pero es que JC, cuando se pone, es muy literal, así que allí apareció el susodicho con la misión de coronar a nuestra reina y sus damas. De lo más pertinente, según él. Y todos temblando, que este se nos despelota en medio de la enfebrecida fraternidad interinsular. Pero no, la verdad es que fue discreto y todos nos quedamos tranquilos: ¡menos mal que nuestro JC se moderó! Y seguimos coreando a los Combonautas, tan felices, ignorantes de lo que acababa de desatar el invitado. 

—¿Alguien ha visto a la reina?

—Pues hace rato que no, estará en el baño.

—En el baño no está, que vengo de allí.

—No sé, la habrá venido a buscar su RV.

—Pues tampoco, porque RV está preguntando por ella en la puerta.

Entonces empezamos a preocuparnos: los Combonautas la llamaban al ritmo de su canción, los demás la buscamos por los alrededores del recinto. Ya estaba oscuro, era difícil distinguir algo entre tanto negro.

—¡Reina! ¿Dónde estás?

—¡Jefaaa! ¿Dónde te has ido? ¿Te secuestró alguien? Ja, ja, ja… —A algunos les costó más recuperar sus neuronas chapoteantes para la causa del rescate de nuestra recién coronada reina de corazones, de los nuestros.

Cuando los consortes empezaron a acudir a rescatar a sus respectivos en sus coches, como habían quedado para no tener que limitar consumos varios para conducir, la reina seguía sin aparecer. Yo me quedé entretenida con los señores agentes de la policía que habíamos llamado para denunciar la desaparición de nuestra reina jefa y que se ofrecieron a llevarme a mi casa. Ellos tan solícitos, desde aquí se lo agradezco, unos profesionales, tan diligentes, tan amables, tan… Bueno, a lo que iba, que ya pensé yo desde que apareció el salido del WhatsApp que aquello lo veía yo un poco oscuro, y como turbulento: ¿qué hacía un caribeño retinto coronando a las nuestras? Y lo peor: ¿qué hacían las nuestras dejándose coronar con aquel déjame entrar por el musculitos tintado? Sí, ya sé que fue cosa del liante de JC, pero ellas parecían completamente entregadas a su papel. Y la jefa era pa verla, no digo más, que no vaya a caer esto en las manos de su RV, que bastante se ha liado ya.  

El caso es que todos se fueron y yo me quedé con los policías hasta el final. En eso que nos llama la atención una bolsa negra caída detrás del grifo de cerveza —personaje principal del día, ya agotado a aquellas horas—. Fui a recogerla pensando que se le habría quedado a alguien y ¡adivinen lo que había dentro!: un cráneo, dos tibias y una vela estrenada. Me partí de risa, los policías azorados, del hallazgo y de mis carcajadas al imaginar cómo se lo iba a explicar a aquellos agentes de la autoridad, tan rigurosos. Cuando recuperé el aliento les aclaré que ya sabía de quién era aquello, de nuestro adejero universal, que llevaba treinta y cinco años tratando de deshacerse de las chuletas de Anatomía. No cuajó, era difícil, la verdad.

«Magia negra», decretaron convencidos. Y yo les di la razón, pero en cursiva, quiero decir, en sentido figurado. Al día siguiente nos enteramos por nuestra propia reina de que, según ella, todo había sido un malentendido y que ya se lo había explicado a su RV, que todo bien. Le pedimos una foto acreditativa de su buen estado para confirmarlo y sí, estaba bien, aunque ojerosa y más despelujada que de costumbre, pero bien: la cara era pa verla… 

De la bolsa negra nunca más se supo.

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