Dicen que los médicos existen porque existen los enfermos, por tanto, la razón de ser de los profesionales y las organizaciones sanitarias debe ser el cuidado de los pacientes. La toma de decisiones como miembros del sistema ha de estar basada en la búsqueda de la mejor atención posible para el enfermo en sus circunstancias y con los recursos disponibles. La evolución de la Medicina, tan frenética en los últimos años, nos facilita esta tarea. Se ha pasado de la simple observación clínica a interponer sofisticadas pruebas diagnósticas y tratamientos entre el paciente y el profesional. Esta extraordinaria mejora técnica favorece indudablemente el manejo de las enfermedades, sin embargo, es posible que dificulte el trato con el enfermo. Quizá hemos olvidado desarrollar, con la primacía de lo científico ya desde la etapa formativa, actitudes y habilidades que nos permitan el acercamiento para centrarnos en el paciente. Por otra parte, la población establece una demanda de salud que parece confundirse en ocasiones con una demanda de felicidad, lo que complica el acto médico.
En este escenario, nos preguntamos qué lugar ocupa el fundamento humano y humanista de la profesión médica en nuestros días. Nos planteamos reflexionar sobre los elementos que nos acercan al paciente: el lado humano de la Medicina. Sin olvidar que el profesional sanitario, como cualquier otra persona, se encuentra influido por su entorno y educación, sus orígenes y las condiciones sociales en las que desarrolla su labor. Sometido a la razón, pero también inevitablemente a sus prejuicios, el sanitario debe ser capaz de potenciar, entrenar, controlar, condicionar y matizar estos aspectos personales para atender a sus pacientes de forma profesionalizada. Debe prevalecer su saber y su capacidad reflexiva, la ecuanimidad y la neutralidad, el respeto y la prudencia, la integridad, la responsabilidad y el compromiso. En estas cualidades se basan las actuaciones que nos aproximan al enfermo a través de una herramienta imprescindible: la comunicación. La sabiduría añade a la preocupación por adquirir conocimientos, la precaución para su correcta y juiciosa aplicación. La equidad y la imparcialidad facilitan un trato libre de prejuicios. El respeto y la prudencia fomentan la independencia del paciente al incorporar sus capacidades y comprender sus valores y sufrimiento. La integridad nos guía en el ejercicio ético de la profesión y la responsabilidad permite una adecuada gestión de los recursos. Además, tenemos un compromiso con el paciente, su familia y la comunidad donde se ejerce, así como con el aprendiz, al que tenemos el deber de instruir. Este conjunto de rasgos o atributos de la personalidad pueden ser innatos en el profesional, pero también se pueden y se deben aprender y adiestrar.
Al hilo de estas consideraciones, pretendimos rescatar el aspecto humanista del profesional sanitario, el médico en particular, de otras épocas. La ciencia y el arte se entrecruzaban en la práctica médica, arte y oficio al servicio del enfermo. La tradición escritora de los médicos se remonta a tiempos de Hipócrates, y se ha difundido hasta científicos y escritores tan célebres como Santiago Ramón y Cajal, Gregorio Marañón, Pío Baroja o Pedro Laín Entralgo. Chéjov, Bulgákov o Conan Doyle también se formaron en el arte de curar, aliviar o consolar.
Así, juntando Medicina y Literatura, enlazando los valores de la profesión sanitaria con el arte de la escritura, se nos ocurrió reunir en una presentación un conjunto de relatos de ficción escritos por profesionales de la salud, pacientes o familiares que reflejaran aspectos del acto o del entorno médico y nos permitieran repensar la relación médico-paciente en la actualidad. Los textos aparecen encabezados por una referencia al Código Deontológico Médico publicado por la Organización Médica Colegial en 2011, al que el relato hace referencia de alguna manera. Hemos pretendido que la lectura resulte amena, a la vez que sugiera nuevos retos en la relación asistencial.
Los cuentos han sido escritos por aficionados, aunque a algunos autores ya los respalda una amplia trayectoria literaria. A todos ellos, muchas gracias por su desinteresada participación y, especialmente, a Inmaculada Vinuesa que se ha encargado de elaborar las ilustraciones y a Claudio Colina que ha realizado las correcciones de estilo.
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