—¡Que te vayas de esta casa, de mi casa!
—Que no me voy, no tengo a donde ir.
—Me da lo mismo, te vas.
—Y a dónde me voy a ir.
—Por mí, donde te dé la gana, como si te vas a vivir al barranco.
No se diga más…
Arturo avisó a su amigo Nicasio para que lo ayudara con la mudanza. No iban a ser muchas cosas, se llevaría solo lo justo, lo que consideraba que era suyo: su butacón de la tele, que aunque estaba algo rajado, seguía cumpliendo su función; la tele no, que la compró su mujer, y él no iba a llevarse nada que no fuera suyo; la mesa baja donde colocaba las cervezas cuando veía la televisión, que ahora iba a necesitar más para no echarla de menos; el cuadro del paisaje con retamas y Teide al fondo que le pintó su prima, más bien alegórico que realista, esa es la verdad; dos bolsas con su ropa, mezclada la de invierno con la de verano, igual que la tenía en el armario, no nos vamos a engañar; una con ropa de cama, aunque sin cama, que ya se irían solucionando las cosas una detrás de la otra, que no se pueden pegar todos los trozos a la vez, le había dicho Nicasio, todo psicólogo, él; una caja con cacharros de la cocina, que eran suyos, su mujer solo pasaba por allí de camino a sus actividades varias, ninguna relacionada con cocinar; y, desde luego, dos cajas con sus libros, que no podía llevarse más, de momento, hasta que encontrara donde ubicarlos, y si es que su mujer se ablandaba en el futuro para recuperarlos.
Pues dicho y hecho, al día siguiente los dos amigos estaban desayunando juntos en la ladera del barranco: bocadillos y café que le había acercado Nicasio, que siempre estaba en todo. En deferencia, Arturo le cedió su butacón y él se sentó en una piedra que había colocado estratégicamente para completar su reinventada sala de estar. Todo perfecto, de momento.
—Arturo, ¿sabes que hay alerta por tormenta para mañana? —empezó Nicasio con la boca llena.
—¡No me jodas! ¡Qué oportuna! Meses sin una gota de agua y tiene que caer justo mañana, también es mala suerte.
—Pues algo tendremos que inventar, porque aquí, al raso, se te va a empapar toda la mudanza.
—Y qué se te ocurre, porque a tu albergue no puedo ir con todo esto.
—No, desde luego que no.
—¡Pero esto qué es! ¡Si han instalado aquí su apartamento!, en terreno público —espetó el agente de la Policía Local sin dar ni los buenos días.
—¿Quiere café, señor agente? —Fue lo primero que se le ocurrió decir a Arturo.
—Gracias, ya tomé —que la educación es lo primero—. Pero vamos a ver, a quién se le ocurre instalarse a la vera del barranco con todos sus enseres. Imagínense que todo el mundo hiciera lo mismo: tendríamos el barranco superpoblado.
—Mire, señor agente, mi mujer me echó ayer de casa y no tengo a donde ir. Me traje mis cosas porque si no, la bruja no me las deja sacar.
—Ya, me hago cargo, no sabe lo que lo entiendo —parecía realmente documentado al respecto—, pero aquí no se puede venir a vivir —recuperó el tono enseguida.
—Es que no se nos ocurrió, a mi amigo y a mí, otro sitio para llevar mis cosas. Él vive en el albergue, pero como no se ha separado nunca, en eso ha tenido suerte, pues no ha tenido cosas que llevarse con él.
—Ya, pero aquí no pueden quedarse.
—No se preocupen, yo tengo sitio, en el barranco siempre hay sitio. Mi Pedro ya viene de camino para echar una mano, y se trae a los Ernestos con él, que bastante que me costó sacarlos de los libros por un rato. La idea fue de mi vecina Luisa, que los vio desde temprano a ustedes aquí todos desahuciados y me dijo que la cueva de enfrente estaba vacía, y que seguro que allí cabían todas estas cosas. Entre ella y yo le decoraremos su nuevo apartamento, que hace tiempo que no tenemos tantas cosas que recolocar. Nada, señor agente, que no se preocupe, nosotros nos ocupamos de todo. —La vecina del barranco quería tener controlado todo el barrio, y no se le iba a escapar este detalle: mejor okupas que sin techo, que esto es un barranco residencial.
—Yo no he visto ni oído nada, pero quiero esto todo limpio antes del mediodía.
—No se diga más…
—Parece que viene lloviendo por Anaga —retomó Nicasio la conversación.
—Sí, por allí viene lloviendo, vamos a espabilarnos —sentenció Arturo.
Muy de actualidad: volvemos a las cuevas. Qué remedio. Por suerte en tu historia no se pierde lo que tanto nos ha costado ganar durante siglos de evolución: la conciencia social. Me ha encantado :)
ResponderEliminarMuchas gracias
EliminarCoincido con Miguel: actualidad y conciencia. Qué bueno, Ángeles. Al final hay que controlar todo: hasta quién vive en el barranco.
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