Datos personales:
Rubén Chinea Negrín, 14 años.
Domicilio en la calle de La Luz 22, San Sebastián de La Gomera.
Antecedentes psicopatológicos:
Diagnóstico de trastorno del espectro autista a los 4 años sin terminar de filiar.
Antecedentes familiares:
Un hermano mayor con Trastorno por Déficit de Atención e Hiperactividad (TDAH).
Anamnesis:
Acude (sin cita) con sus padres por «pesadillas», según el comentario de la administrativa que lo fuerza en la agenda. Cuando lo llamo para que entre a la consulta, sus padres pretenden acompañarlo, pero les digo que debe entrar solo el paciente. Se quedan contrariados, pero no protestan. Lo invito a que me cuente lo que le pasa, pero se queda en silencio durante un rato. Espero con paciencia, a pesar de que tengo retraso en la agenda. Lleva una camiseta de la Niña con globo de Banksy. Se me ocurre preguntarle si sueña como dibuja Banksy. Mi sugerencia lo anima a hablar: «Mi padre bebe, y mi madre se bebe lo que le sobra a él. Luego no paran de decirse cosas raras que yo no entiendo. Como no entiendo lo que dicen, me lo invento. Entonces vienen las ratas y se ponen a correr alrededor de ellos dos. Luego se les suben por las piernas, por los brazos, por los hombros, y empiezan a comerles las orejas… y luego la lengua… pero ellos no dejan de chillarse cosas raras. Yo tampoco entiendo a las ratas, porque se los van comiendo, pero sin sangre. Después vienen las pardelas y se posan a llorar en las ventanas, aunque sea de día. Son pardelas negras, como cuervos, pero yo sé que son pardelas porque lloran como los niños chicos. Creo que esperan a ver si las ratas dejan algo para comérselo ellas, pero no sé, las ratas nunca terminan y las pardelas nunca entran. No sé por qué. Siempre me despierta la marea, que sube tanto que llega hasta la puerta de la casa, de la de mis abuelos, porque nosotros no vivimos aquí, sino en un piso en Tenerife, y hasta allí no llega el agua, ni las pardelas, aunque sí las ratas… y las palomas. Las ratas de mi casa son más negras, y en vez de pardelas hay palomas sucias que no hacen nada, ni siquiera dan miedo: dan asco. Pero las ratas de aquí son más gordas, yo creo que es porque se comen a las pardelas, y a las de mi casa no les gustan las palomas, pero no sé... Cuando mis padres terminan de decirse cosas raras, se van al cuarto y cierran la puerta. Se quedan allí mucho rato, o toda la noche, según la hora, pero ya no les oigo decir cosas raras, solo respirar fuerte, si me fijo mucho. Entonces, cuando se van los bichos y baja la marea, me duermo. No cuento nada de esto porque si se enteran, les cierran la puerta a los bichos y ya no tendría sueños». Le comento que parece que le gustan esos sueños y me contesta que claro que sí —le extraña que lo dude—, que le sirven para dibujar, y me muestra un dibujo que acaba de hacer: «Aquí, en casa de mi abuela, me salen más porque mis padres no están: dibujo recordando sus gritos, de memoria…».
Juicio diagnóstico: imaginación desatada como refugio de un entorno familiar sin sueños.
Tratamiento: que la imaginación siga su curso.
Comentario: este, por lo menos, sabe qué hacer con sus sueños; los otros veinte que vi hoy ni siquiera saben soñar.
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