Cada tarde, al caer el sol, si no hace mucho calor aunque no sea verano, los bancos de la plaza se llenan con sus correspondientes ocupantes. Cada grupo en sus bancos; cada rincón con su grupo. No hay disputas: el orden se ha establecido de manera espontánea.
En unos, los adolescentes: gritones, desvestidos, aunque lleven ropa encima. Que la vestimenta es seña de identidad de toda la vida, aunque haya quien se desvista a destiempo para confundir.
En otros, los mayores: conversando de sus tiempos, siempre tenidos por mejores que estos, aunque no haya sido siempre así. Quizá sí que antes tenían mejor el cuerpo, pero sobre todo, tendrían a los que se les habrán ido quedando por el camino.
En los otros, dos hombres, conocidos del barrio por que padecen algún trastorno mental, conversando entre ellos: ¿de qué conversarán? Y parecen bastante entretenidos.
Los niños pequeños juegan en el parque infantil.
Los niños mayores juegan a la pelota.
Esta es la plaza al atardecer: un lugar tranquilo donde cada uno encuentra su rincón.
Un sitio tranquilo salvo por la pelota. Todo empezó por la pelota, y mira que lo llevo diciendo en la asociación de vecinos, que la pelota un día nos iba a traer un disgusto. Pues eso…
Los mayores habían llevado café en un termo y se lo estaban repartiendo con rosquetes, aunque seguro que más de uno es diabético y seguro también que se olvidarán de confesárselo a su médico: un olvido piadoso. No seré yo la que los delate, ni se me ocurre romperles el hechizo.
Porque sí, parece un hechizo lo que los junta cada tarde a conversar. Un grupo bien equilibrado entre mujeres y hombres, aunque hay días que hay más de unas que de otros. Es evidente que se arreglan para salir: bien vestidos, bien peinados, bien aseados. Bien encarados. Alguno se lleva a su perro, que ya no es el único que le hace compañía, porque ahora también tiene su pandilla de amigos. Como la de los bancos de los jóvenes, pero más sosegada.
Pues eso, que la pelota se llevó el termo del café. Y se lo llevó directo a la cabeza de uno de los hombres que ya no la tenía muy bien de antes y que le destapó lo que las pastillas contenían a duras penas. Y el hombre se le tiró a la señora que repartía los rosquetes y se los quitó para dárselos de comer a las palomas, que también echan el día en la plaza, me había olvidado de decir. Y uno de los adolescentes se le tiró al hombre por darle de comer a esas «ratas voladoras» que no hacen más que traer enfermedades y lo tiró al suelo. Y el otro hombre fue a defender al primero, que ya estaba rodeado por más adolescentes que trataban de rescatarlo del que había sido golpeado por la cafetera, aunque ellos de eso ni se habían dado cuenta. Y la señora de la cafetera fue a recogerla de entre los manotazos y patadas que se estaban repartiendo, y ella también cobró. Y la señora de los rosquetes fue a recoger la bolsa con los que se habían salvado de las palomas y a tratar también de ayudar a la señora de la cafetera, pero se cayó entre tantos brazos y piernas porque su equilibrio ya no estaba para tanto movimiento. Y los otros mayores fueron a tratar de salvar a las señoras para terminarse la merienda, pero terminaron todos enredados en el suelo.
Y la madre le dijo a Jaime: «Haz el favor de recoger la pelota y nos vamos pa casa ya, que mira la pelotera que has montado».
Parte médico: dos fracturas de cadera, una luxación de hombro, tres heridas en la cabeza, una que requirió observación en el hospital, una fractura de tobillo y cinco crisis de ansiedad. Tuvieron que venir varias ambulancias y la policía tardó un buen rato en despejar la zona.
Pues eso, que la asociación de vecinos ha convocado una reunión urgente con un único punto en el orden del día: valorar la peligrosidad de objetos contundentes como la cafetera y sustituir los rosquetes por algo que no les guste a las palomas, aunque esto va a estar difícil. Ya les avisaré de que eso lo van a impugnar los de la pandilla de mayores, que ni se molesten en debatirlo.
La plaza tardó varias semanas en recuperar la normalidad, después de que los grupos de los bancos dejaran de recelarse mutuamente. Lo que tardaron en recuperarse los apósitos, las suturas, los vendajes, las cojeras o los ojos amoratados.
Esta tarde estaban repartiéndose café otra vez, con los rosquetes dentro, ya remojados.
Jaimito estaba llegando a la plaza con la pelota debajo del brazo.
El resto estaba cada uno en su posición habitual.
Qué rico es recuperar la tranquilidad.