12 agosto 2025

Papas negras


Imagen extraída de internet

Papas negras, mmm…, ¡qué ricas! Y ya casi no se consiguen. Bueno, a veces sí, pero carísimas, y mi Pedro y yo no nos las podemos permitir. No podíamos… que mi Pedro está en todo. A él siempre le han gustado mucho y antes del desahucio, las comíamos cuando las encontrábamos en la frutería, daba igual el precio, pero claro, ahora ya no podemos… no podíamos, je, je, je…

Pues bueno, te sigo contando: que el otro día se las encontró en el súper que hay cerca de aquí, del barranco, de casa, y el pobre estuvo dos noches soñando con las papas. Tanto que al tercer día se acercó por el expositor y no pudo evitar coger dos, una para cada uno, y metérselas en los bolsillos. Que sí, que ya sé que no está bien robar nada, aunque sean solo dos papas chicas, pero el pobre estaba desconsolado. Cuando llegó a casa le dije que qué íbamos a hacer con dos papas solitarias, que no valía la pena ni guisarlas, y que justo ese día yo había conseguido hacer un potaje de verduras con lo que desecharon del mismo súper, que ni poco rico me quedó, por cierto. También nos daba pena ponérselas al potaje, un desperdicio, así que las tuvimos varios días encima de la mesa sin saber qué hacer con ellas. Sí, ya tenemos una mesa que mi Pedro se encontró en ese contenedor de basura proveedor de nuestro mobiliario. Tuvo que apuntalarle una pata, pero ya sabes lo apañado que es pa todo. Luego te cuento nuestras últimas adquisiciones, que no quiero dispersarme del cuento. Entonces, al par de días, a mi Pedro se le ocurrió que las iba a plantar en nuestro jardín particular, al otro lado del flamboyán para que no les hiciera sombra. Las estuvo regando lo que pudo con los charcos que se quedaron con las lluvias de este año y cuando se acabaron, pues terminaron como papas de secano. Así que son mitad papas de riego y mitad de secano. A ver si mi Pedro se ha inventado una nueva forma de cultivarlas para ahorrar agua y la patenta, y lo mismo nos saca del barranco. Aunque Luisa, si quieres que te diga la verdad, el tiempo que llevamos viviendo en la cueva está siendo el mejor de nuestro matrimonio, que yo antes ni veía a mi marido, siempre enredado en sus negocios y en sus viajes, pero desde que estamos aquí, lo veo durmiendo a pierna suelta, feliz de que ya no puedan embargarnos nada, porque no creo que les interese este tendedero reciclado ni esta mesa coja, ja, ja, ja… Además, no tenemos título de propiedad, así que si se quieren llevar cualquier cosa, ya encontraremos otra en nuestro contenedor de las sorpresas.

Pues ya ves, Luisa, te quería invitar a que probaras las primeras papas de la cosecha, y muchas gracias por traer ese trozo de pescado salado, que no lo pruebo desde hace años. No te voy a preguntar cómo te lo has agenciado, que cada uno tiene sus recursos. Vamos a esperar un momento a Pedro, que fue a ver si conseguía algo para hacer mojo verde. Ya verás que lo trae, con las ganas que le tiene a las papas… 

25 julio 2025

Irene y Katia

Imagen extraída de Internet

Los border collie son perros muy listos, y muy inquietos. Irene también es muy lista, y seguro que en sus tiempos, también muy inquieta. Ahora ya no puede porque tiene casi cien años. Pero sigue siendo muy lista, eso sí. El caso es que ella quería un perro y sus hijos le daban largas, a ver si se olvidaba. Como insistía en vivir sola, pues cómo iba a cuidar de un perro si no podía cuidarse ella misma y sus hijos, ya jubilados los dos, tenían que ocuparse de la intendencia de la casa. El caso es que un día bajó a la plaza, porque Irene seguía bajando a la plaza, y les comentó a sus vecinos que quería tener un perro, que si sabían de alguno para adoptar. 

—¡Qué casualidad! La perra de mi nieta parió hace poco, así que te doy uno. ¿Qué prefieres, macho o hembra? —Antonia, que vivía en el edificio de enfrente, se ofreció en seguida, que tenía que terminar de colocar a los cachorros.

—Estupendo. Preferiría hembra, ¿para cuándo me la darías?

—Pues ya, que me quedan dos: macho y hembra. La perra parió hace tres meses, pero a mi nieta le está costando deshacerse de los perritos. Son tan monos…

—Bueno, dile que yo se la cuidaré bien.

—No me cabe duda. Pues subo a casa y te la bajo ahora mismo.

Con lo que Irene bajó de su casa sola y subió con su cachorrita en brazos. Cuando llegó a su piso, ya le había puesto nombre. Así se la presentó a sus hijos, que le estaban preparando el almuerzo:

—Katia, se llama Katia, a que es bonita, ¿verdad, hijos?

Los hijos se quedaron mudos. Tampoco podían reprocharle nada porque entre las largas que le habían dado figuraba la de «pregunta a tus amistades», pensando en que entre los ancianos del barrio no iba a encontrar mascotas que adoptar. Pero como tantas veces, la habían subestimado. Ya se sabe que «genio y figura…».

Total, que los hijos tuvieron que dedicar la tarde al veterinario, compra de cama y comida perrunas, collar, de color rosa, por supuesto, correas… Irene, encantada. Insistió en que le enviaran una foto desde la tienda con las camitas que tuvieran en la exposición para elegirla ella, y eligió una roja con efecto abrazo. Y Katia, también encantada.

Pues eso, que a partir de entonces, los hijos también tuvieron que ocuparse de la border collie, porque su madre no estaba para sacarla a pasear.

Pero sí estaba para conversar con ella, para echar las tardes las dos juntas: la perra parecía entender todo lo que le decía.

Pasaron los meses y llegó la Navidad. Ese año Irene se empeñó en que la celebraran en su casa, que no sabía si estaría presente el próximo año. Y los hijos, pensando lo mismo, se las arreglaron para organizar la cena de Nochebuena en casa de la madre.

Cuando terminaron de cenar, Irene les dijo que Katia estaba tan agradecida con que la hubieran adoptado que les tenía preparada una sorpresa. Y empezó la función:

—Katia, ¿cómo hacen los perros?

—Guau.

Luego, le mostró un dedo de su mano y Katia emitió un ladrido; después, dos dedos y Katia emitió dos ladridos; tres dedos y Katia emitió tres ladridos. Luego, golosina.

—Katia, ¿cómo hacen los perros?

—Guau.

—Bajito.

—Guau —ladró la perra en un susurro.

Otra golosina.

—¿Qué les parece?

La familia se había quedado impresionada y la perra parecía encantada de sus propios encantos.

—Mamá, ¿tú le has enseñado todo eso? —dijo uno de los hijos.

—Pues claro, ¿quién si no? Bueno, y tengo que decirles otra cosa: Katia actúa mañana en la plaza para todo el barrio. Como les he hablado tanto a todos de sus progresos, quieren verla, así que mañana debuta, ¿verdad, cariño? —y acarició a la perra que se le subió a las rodillas. 

La tarde del día de Navidad, el barrio había ocupado la plaza de pura novelería con la perra amaestrada, que bastante se había guardado Irene de mostrar sus habilidades en público. Tampoco sus hijos la dejaban salir sola con Katia porque podía tirarla al suelo, que iba sobrada de energía juvenil.

Abuela y perrinieta se colocaron en medio del gentío para iniciar el repertorio previsto de ladridos dirigidos. Irene empezó:

—A ver, Katia, ¿cómo hacen los perros?

—…

Katia la miró con las orejas tiesas, pero no ladró.

—Katiaaa, ¿qué cómo hacen los perros? —insistió Irene.

Nada. Katia seguía mirándola atenta, como esperando una orden diferente.

Entonces, Irene le mostró un dedo.

Katia, nada.

Otro dedo.

Nada.

—Pero Katia, cariño, ¿y todo lo que hemos ensayado? Nadie me va a creer cuando les diga de lo que eres capaz.

La perra seguía mirándola atenta.

Irene se fue enfurruñada a su casa arrastrando a la perra. Parecía una madre enfadada con su hija porque se había quedado en la plaza más de la cuenta. La perra, orejicaída, mirándola con desconsuelo: «Por qué estará tan enfadada la abuela».

Los vecinos que se quedaron charlando en la plaza pudieron observar a abuela y perrinieta recortadas al contraluz de la ventana de su salón: la abuela la reprendía señalándola con el dedo; la nieta respondía con un ladrido cada vez, encantada de haber recuperado la intimidad de sus conversaciones domésticas.

29 junio 2025

Una plaza tranquila

Cada tarde, al caer el sol, si no hace mucho calor aunque no sea verano, los bancos de la plaza se llenan con sus correspondientes ocupantes. Cada grupo en sus bancos; cada rincón con su grupo. No hay disputas: el orden se ha establecido de manera espontánea.

En unos, los adolescentes: gritones, desvestidos, aunque lleven ropa encima. Que la vestimenta es seña de identidad de toda la vida, aunque haya quien se desvista a destiempo para confundir.

En otros, los mayores: conversando de sus tiempos, siempre tenidos por mejores que estos, aunque no haya sido siempre así. Quizá sí que antes tenían mejor el cuerpo, pero sobre todo, tendrían a los que se les habrán ido quedando por el camino.

En los otros, dos hombres, conocidos del barrio por que padecen algún trastorno mental, conversando entre ellos: ¿de qué conversarán? Y parecen bastante entretenidos.

Los niños pequeños juegan en el parque infantil.

Los niños mayores juegan a la pelota.

Esta es la plaza al atardecer: un lugar tranquilo donde cada uno encuentra su rincón.

Un sitio tranquilo salvo por la pelota. Todo empezó por la pelota, y mira que lo llevo diciendo en la asociación de vecinos, que la pelota un día nos iba a traer un disgusto. Pues eso…

Los mayores habían llevado café en un termo y se lo estaban repartiendo con rosquetes, aunque seguro que más de uno es diabético y seguro también que se olvidarán de confesárselo a su médico: un olvido piadoso. No seré yo la que los delate, ni se me ocurre romperles el hechizo.

Porque sí, parece un hechizo lo que los junta cada tarde a conversar. Un grupo bien equilibrado entre mujeres y hombres, aunque hay días que hay más de unas que de otros. Es evidente que se arreglan para salir: bien vestidos, bien peinados, bien aseados. Bien encarados. Alguno se lleva a su perro, que ya no es el único que le hace compañía, porque ahora también tiene su pandilla de amigos. Como la de los bancos de los jóvenes, pero más sosegada.

Pues eso, que la pelota se llevó el termo del café. Y se lo llevó directo a la cabeza de uno de los hombres que ya no la tenía muy bien de antes y que le destapó lo que las pastillas contenían a duras penas. Y el hombre se le tiró a la señora que repartía los rosquetes y se los quitó para dárselos de comer a las palomas, que también echan el día en la plaza, me había olvidado de decir. Y uno de los adolescentes se le tiró al hombre por darle de comer a esas «ratas voladoras» que no hacen más que traer enfermedades y lo tiró al suelo. Y el otro hombre fue a defender al primero, que ya estaba rodeado por más adolescentes que trataban de rescatarlo del que había sido golpeado por el termo del café, aunque ellos de eso ni se habían dado cuenta. Y la señora del termo fue a recogerlo de entre los manotazos y patadas que se estaban repartiendo, y ella también cobró. Y la señora de los rosquetes fue a recoger la bolsa con los que se habían salvado de las palomas y a tratar también de ayudar a la señora del termo del café, pero se cayó entre tantos brazos y piernas porque su equilibrio ya no estaba para tanto movimiento. Y los otros mayores fueron a tratar de salvar a las señoras para terminarse la merienda, pero terminaron todos enredados en el suelo.

Y la madre le dijo a Jaime: «Haz el favor de recoger la pelota y nos vamos pa casa ya, que mira la pelotera que has montado».

Parte médico: dos fracturas de cadera, una luxación de hombro, tres heridas en la cabeza, una que requirió observación en el hospital, una fractura de tobillo y cinco crisis de ansiedad. Tuvieron que venir varias ambulancias y la policía tardó un buen rato en despejar la zona.

Pues eso, que la asociación de vecinos ha convocado una reunión urgente con un único punto en el orden del día: valorar la peligrosidad de objetos contundentes como termos de café y sustituir los rosquetes por algo que no les guste a las palomas, aunque esto va a estar difícil. Ya les avisaré de que eso lo van a impugnar los de la pandilla de mayores, que ni se molesten en debatirlo.

La plaza tardó varias semanas en recuperar la normalidad, después de que los grupos de los bancos dejaran de recelarse mutuamente. Lo que tardaron en recuperarse los apósitos, las suturas, los vendajes, las cojeras o los ojos amoratados. 

Esta tarde estaban repartiéndose café otra vez, con los rosquetes dentro, ya remojados.

Jaimito estaba llegando a la plaza con la pelota debajo del brazo.

El resto estaba cada uno en su posición habitual.

Qué rico es recuperar la tranquilidad.

01 junio 2025

La casa de la esquina


Desde que frecuentaban el barrio donde ahora viven, desde hace casi treinta años, la casa siempre había estado cerrada a cal y canto, como tantas otras de los alrededores. Es un barrio antiguo, de los que fundaron la ciudad, ni pobre ni rico, algo abandonado por todos, propietarios y ayuntamiento, que de un tiempo a esta parte están tratando de recuperar para el circuito urbano: una gentrificación en toda regla, como dicen ahora. Las casas, olvidadas durante décadas, incluido por sus actuales propietarios, herederos indiferentes a las historias de sus paredes gruesas, ya no tienen entidad para posicionarse como las señoronas que fueron en sus tiempos robustos. Descalcificadas como ancianas osteoporóticas a las que se le deshacen las junturas, impotentes para ofrecer cobijo. 

Manuel y María, enamorados del barrio desde siempre, consiguieron instalarse después de mucho buscar en una de las casas bien conservadas, renovadas para el siglo XXI. Vivían encantados en el corazón del Santa Cruz más chicharrero posible, el de chancletas y camiseta de asillas. El de chuletada con la familia los domingos en el patio. El de los vecinos que se intercambian las papas y los plátanos. El de los niños jugando en la calle sin tráfico. El del mar a tiro de chola. Un barrio de los de antes.

Pero un día la casa de la esquina, enfrente de la de Manuel y María, dejó de estar cerrada. Alguien la abrió a golpes y se instaló sin pedir permiso, aunque ella era incapaz de acoger a nadie de pura decadencia. Los vecinos lo vieron como la violación a una anciana indefensa. Y no tanto por la intromisión, que muchas de las casas abandonadas han sido reconvertidas en hogares provisionales por gentes sin recursos, sino por la violencia de sus ocupantes. Agresivos, intimidantes, amenazaban con cuchillos a los vecinos que protestaban por sus escándalos diarios hasta altas horas de la madrugada. Sabían que algunos tenían antecedentes penales, así que los vecinos dejaron de moverse por las calles más allá de lo imprescindible, y las mujeres, siempre acompañadas. Los niños dejaron de jugar en la calle sin tráfico, por los gritos.

La policía debía intervenir cada día, vigilar a los indeseables nuevos inquilinos y también a los vecinos, irritados por lo que consideraban una intromisión intolerable. Cada día una nueva protesta, una nueva trifulca, más gritos, más amenazas… Intervino el ayuntamiento y al final, la justicia consiguió desahuciarlos.

Dejaron la casa ultrajada, humillada, más abandonada que antes, más impotente que nunca, más sola que ninguna otra.

Esa madrugada, los vecinos escucharon ruido en la calle, como si alguien estuviera tratando de derribar las tablas que habían colocado para sellar las puertas rotas y evitar nuevas incursiones. Avisaron de nuevo a la policía: encontraron a dos adolescentes tratando de acceder a la vivienda vacía. No era la primera vez que venían.

Samir y Dalil tienen catorce años y están en un centro de acogida. No tienen más referentes que los inquilinos de esa casa. Se asustan cuando llega la policía, pero se van con ellos al centro sin protestar, aceptando una acogida que los deja indefensos en una cultura ajena. Perdidos entre normativas y procedimientos administrativos, la casa de la esquina era el único anclaje a su mundo. Quizá no el mejor de los mundos, pero uno concreto que habla su misma lengua.

23 abril 2025

Aurora

¡Feliz Día del Libro!



Aurora nunca había visto amanecer. Como si tuviera que conformarse con su nombre para reiniciar su vida cada mañana. O como si su propio nombre ya le bastase para iluminar su camino. Y nunca lo había visto en sus casi ochenta años.

            Un día se lo confesó a su sobrina, que no daba crédito. Le preguntó que cómo nunca lo había mencionado antes y la tía le dijo que por vergüenza. Y eso que con los años se despertaba cada vez más temprano, antes de que saliera el sol, pero nunca se había animado a salir a la calle a buscarlo, porque desde su casa encajonada entre edificios no lo podía ver. Ahora, además, se le había sumado el miedo, porque al fin y al cabo, para ella era un acontecimiento desconocido. Por eso se lo confesó a la sobrina, porque no se atrevía a decírselo a sus hijos, que seguro la tomarían por tonta, y necesitaba alguien que la acompañara a conocer la aurora de la que se copió su nombre. Cuando vivía su Pedro nunca se planteó la necesidad, pero de un tiempo a esta parte se le había convertido en una obsesión.

            La sobrina entendió la importancia del asunto para Aurora, y también su necesaria discreción con el resto de la familia, así que le propuso que conocería el amanecer a lo grande: la llevaría a verlo a Las Cañadas del Teide.

            Sin dar explicaciones, salieron de madrugada las dos en el coche de la sobrina con tiempo de sobra para ubicarse en el lugar perfecto, que allí arriba puede ser cualquiera. Aparcaron y extendieron una manta en el suelo. Iban bien abrigadas y pertrechadas con café caliente y rosquetes. Se tumbaron y la sobrina le cogió la mano, que a la tía le sudaba de emoción.

            Quietas, calladas, ninguna quería quebrantar el rito de aquella ceremonia iniciática. Empezaron a clarear los colores del alba. Cada vez más claro hasta que el sol atravesó el horizonte, brillante. La sobrina le cogió la mano más fuerte, ya no sudaba. Esperó a que la tía dijera algo, no quería arruinarle el momento con sus palabras. Pero al rato le pareció que el amanecer de ese día ya podía darse por concluido y la tía no hacía ningún comentario. Tampoco, movimientos: dormía como un tronco.

31 enero 2025

La casa


La casa estaba abandonada desde hacía tiempo. Eso se sabe porque las casas no saben disimular, y tampoco saben estar solas. Saben que si están mucho tiempo vacías se derrumbarán entre los huecos de sus muros. Sí, las casas saben mucho, de casi todo…

            Saben historias que se han contado en sus entrañas, historias que nadie contaría fuera de la protección de sus paredes. Historias que se olvidarán encastradas en su estructura, perdidas en sus tiempos. Historias que las apuntalan desde dentro para que no colapsen.

            Sin historias, la casa muere. Aunque parezca que aguanta en pie, se seca.

            En las mañanas brillantes, salir a recorrer las Ramblas es un imperativo local, aunque el sol brille sobre ellas muchos días al año. Aquella era una mañana así, y ese día la casa se había contagiado de tanta luz: lucía radiante, como si tuviera zapatos nuevos. Me llamó la atención y adiviné el motivo antes de saberlo.

            Me senté en el banco de enfrente, disimulando con enfrascamiento digital en el móvil, observando a través de las gafas de sol. Las puertas y las ventanas estaban abiertas, todas a la vez. Qué bueno, la irán a reformar, o a vender, o a habitar… Pero no había mucho trasiego de gente: pasó un rato hasta que entró alguien. Tampoco hacían ruido en el interior ni traían enseres ni la enseñaban a posibles compradores… Pero lo que estaba claro es que la casa se alegraba, así que algo sabría ella del asunto, que no parecía disgustarle. Porque si la fueran a demoler como la del final de la calle, que la pulverizaron en pocos días, no estaría tan contenta. A ella le tocaba salvarse, qué suerte. Ahora a ver quiénes serían sus salvadores y en qué condiciones. Me cansé de esperar más movimientos y deje la investigación para otro día.

            Pregunté por el barrio, pero nadie conocía los detalles y la mayoría se extrañó de mi interés. Supongo que pensarían que me quería quedar con ella, porque si no para qué querría saber.

            Pasé varios días por la puerta, por si me enteraba de algo, pero nada. Me percaté de que en realidad solo un hombre entraba y salía de la casa, el mismo del primer día. Entraba y salía, pero nunca llevaba cosas, si acaso, alguna bolsa aislada como de basura.

            Un día casi nos tropezamos a la puerta y le pregunté en el mismo impulso:

            —¡Vaya! Por fin alguien va a vivir en la casa…

            —¿Alguien? Ya están viviendo en ella —me contestó airado.

            —Ah, ¿sí? Pues no lo sabía.

            —Si es que este barrio es un puto desastre —continuó con el mismo tono.

            —No le entiendo, vivo aquí de toda la vida y no me parece que las cosas estén tan mal.

            —Claro, eso será porque en su casa no se le ha instalado una colonia de gallos y gallinas protegidos imposibles de desocupar. Son intocables, peor que el peor de los okupas. Los ampara la Ley. Parece que son de una especie canaria que creían extinguida desde hace más de cincuenta años, y mire usted por donde, deciden renacer justo en mi casa, ahora que ya había arreglado todo lo de la herencia y estaba a punto de empezar las reformas. Si es que no hay derecho, ¡qué país!

            —¡Vaya!, y ¿no los pueden trasladar a otro sitio?

            —Eso fue lo primero que pregunté yo, pero parece que no, como son una especie vulnerable, hay que dejarlos hacer a su antojo, para que no se estresen, que si me estreso yo es lo de menos, porque no soy una especie en riesgo de desaparecer. Pero claro, con lo cómodos que están allí, ¿a dónde se van a ir ellos en que estén mejor?

            —Pues si me lo permite, le propondría una solución…

            —¿Cuál? Si es que no la tiene.

            —Escuche…

            Varios meses después, la casa estaba completamente reformada. Al pasar una mañana por allí, vi a varias personas limpiando las ventanas, así que supuse que la obra estaría terminada. La colonia gallinácea tenía su propio lugar perfectamente acondicionado en el jardín lateral. Un letrero anunciaba visitas guiadas al gallinero protegido tres veces al día a un módico precio.

            —Buenos días —saludé al dueño que entraba en ese momento—, parece que todo terminó bien, ¿verdad?

            —Más que bien, y gracias a usted. Figúrese que he dejado mi trabajo y todo y ahora soy experto en gallinas sensibles.

            —Ah, qué bien. Y parece que ahora no quiere que se vayan, como veo que las ha encerrado.

            —Ah, no, de eso nada, ellas tuvieron tiempo de irse, ahora se quedan aquí.

            La casa seguía brillando en blanco al sol del mediodía. Quería una familia que la habitara, le daba igual la especie.

25 enero 2025

La mesa del desayuno

Imagen obtenida en RRSS


Matilde salió por la mañana después de desayunar. No recogió la mesa porque hacía solito y no se lo quería perder, que don Manuel, su médico, le había dicho que el sol era bueno para los huesos y ella seguía a rajatabla todos sus mandamientos. Salió como todos los días, menos cuando llovía porque tenía miedo a caerse, aunque donde vivía no es que lloviera mucho. 

La pobre, desde que murió su Ramón, lo hacía todo ella sola, incluidos los paseos por los alrededores de su casa, que mucho no se aventuraba por las calles de su barrio, todo bajadas y subidas. Qué distinto era antes, cuando más joven, que se pateaba esas mismas calles varias veces al día, unas veces de subida y otras de bajada, ni se daba cuenta. Pero desde que cumplió los noventa fue como si le cayeran encima de golpe, todos a la vez.

Nunca aceptó ayuda de nadie, ni de los servicios sociales del ayuntamiento, que hicieron por atenderlos, pero lo que le faltaba a ella, extraños en su casa, ni que ella fuera manca para no poder atender a la casa y a su marido como toda la vida. Lo que le faltaba. Ni siquiera al final, cuando su Ramón necesitaba ayuda para todo, y mira que don Manuel insistió en que ella no podía sola, pero que no y que no. 

Tampoco aceptó a nadie en su casa después de que su Ramón amaneciera frío a su lado en la cama que compartieron durante más de sesenta años y avisó descompuesta a los vecinos, paralizada por la impresión: jamás había recordado lo que escuchara en sus votos, que el matrimonio dura hasta que la muerte los separe, eso no se aplicaba al de ella con su Ramón, de ninguna manera. La muerte la cogió por sorpresa, como una intromisión en su intimidad que le resultaba imposible procesar. 

Y nunca la procesó, la pobre, porque además no tenía hijos ni familiares directos que pudieran reubicarla en su nueva realidad de anciana viuda. Tampoco demasiada relación con los vecinos, porque ellos habían sido siempre el uno del otro y de nadie más, que se bastaban y sobraban entre ellos mismos para habitar su microuniverso construido con el mimo que despliega el amor tranquilo, el que se arma con la conversación diaria, con el roce de la otra piel, con el «coge una rebequita, por si refresca» o con el café en la cama por las mañanas para prolongar la complicidad nocturna.

Pero Matilde no volvió esa mañana para recoger la cocina porque se tropezó en la calle y se rompió una cadera. Y menos mal que fue en la calle, porque si hubiera sido en su casa se la habrían encontrado días después, cuando la echaran de menos en sus paseos.

Sobrevivió a la cadera, pero se le fracturó el pensamiento y tuvieron que ingresarla en un centro para cuidarla, porque ahora sí que no podía cuidarse sola. Y así hasta que ya no sobrevivió más. La pobre.

Hoy han vuelto los del ayuntamiento a la casa de Matilde y Ramón, aunque estos son otros, y esta vez no pidieron permiso para entrar. La mesa del desayuno seguía sin recogerse después de más de veinte años, pero ya no va a hacer falta hacerlo. Los que entraron hoy a la casa vinieron para demolerla, parece que estorba para ensanchar la calle que ellos ya no van a pasear.

21 diciembre 2024

Presentación de Tranquilo en las montañas de Rusia, de Claudio Colina Pontes

Bonita tarde la de ayer compartiendo casicienes en las montañas de Rusia con tantos amigos, que no son tan tranquilas, como quedó patente en las palabras de Claudio, son montañas con mucho ambiente. Claudio, tentado desde chico por investigar el otro lado del Telón de Acero, como se le pasó el arroz para esta investigación, lo coloca de su puño y letra en espacios satelitales plagados de meteoritos, cosmonautas y platillos volantes modelos años setenta, lo que corresponde para no incurrir en anacronismos, que él es muy normativo. Lo que no está reñido con su afición por forzar las palabras: de hecho, le he propuesto a la Fundéu (meteorito) dinosauriodefinitivo como palabra del año 2025, a ver si hay suerte, y como segunda opción, solteramente, aunque a esta le tengo menos fe porque ya sabemos que los de la RAE son poco de mente. Que por cierto, hablando de meteoritos, quedó establecido que hoy, día 21 de diciembre, se fijaba como la Fiesta Nacional del Meteorito, a ver si el año que viene lo hacen festivo para celebrarlo como Dios o, incorruptamente, la Siervi, que todavía Claudio no tiene claro a quién va a dirigir sus oraciones, mandan. Y es que Claudio pretende conjurar para que el meteorito se desintegre en palabras-navaja-suiza que repartan sabiduría por todo el mundo como único camino para derrotar la auténtica amenaza para la humanidad: la ignorancia.

En definitiva, deliciosos microrrelatos que les invito a leer despacio para saborearlos en su justa dimensión. Si les pasa como a mí, que alguno no lo entienden bien, léanlo otra vez más despacio todavía, porque esos son los que tienen más chicha. Justo esos son los que, como soy de natural letraenvidiosa (Claudio, permíteme el plagio), me dieron ganas de gritar: ¡Jo...!, no puedo con él.

Muchas gracias a todos los asistentes, a la Asociación Blanco y Negro de El Toscal por cedernos sus instalaciones para la presentación y a Claudio por proponerme un nuevo enredo entre sus letras.

Un abrazo a todos y feliz Navidad.


Bibliografía de Claudio Colina Pontes:

Relatos:

    Cuaderno asintomático (2007)

    Al norte de abril (2016)

    Manieristas (2021)

    Tranquilo en las montañas de Rusia (2024)

 

Novelas:

    Escaleno (2014)

    Ocho (2021)

 

Premios:

    III Concurso de Relato Breve de la Biblioteca Municipal de El Tanque, Tenerife, en 2006 con A la sombra de un naranjo

    Premio de Relato Corto Isaac de Vega de CajaCanarias en 2008 con Delta







28 noviembre 2024

Presentación de El candil del sabio, de Héctor Roldán

Presentación de El candil del sabio en la librería Lemus de La Laguna el jueves 28 de noviembre de 2024, del que ya escribí una crítica que puedes leer aquí: Sobre El candil del sabio, de Héctor Roldán Delgado


«Buenas tardes a todos, y añado a los agradecimientos que acaba de mencionar Héctor el agradecimiento a él mismo por confiar en mí para la presentación de su libro… de su primer libro, porque ya nos contará después lo que se trae entre manos.

Estaba yo pensando en cómo enfocar esta presentación y se me ocurrió empezar por el tópico de definir el género de El candil del sabio, costumbre que quizá deberíamos ir abandonando, dada tan enriquecedora hibridez creativa de nuestros tiempos. Pues eso, y tomé la decisión de definirlo como de autoayuda.

Sí, El candil del sabio es un libro de autoayuda, como todos los libros que se han escrito desde que se inventó la escritura hace más de 5000 años. Todavía recuerdo lo que me autoayudé de chica con La isla del tesoro. Pues eso, lo que pasa es que hay que saber con qué lecturas se autoayuda uno. También con qué escrituras pretende uno que los demás se ayuden a sí mismos. 

Y esto es lo que pensó Héctor (creo yo, pero él nos lo tendrá que confirmar o no), y como tenía un amigo que pasaba por una época mala, incluso muy mala, en ese momento «tuvimos una conversación, por ejemplo, en un café en un parque público, a la sombra estival de un ficus gigante». Como buen hombre de ciencias (para los que no lo conozcan, Héctor es neurocirujano), se puso a investigar con fundamento, porque si vamos a hacer algo, lo vamos a hacer bien, y qué mejor que recurrir a los clásicos —de letras— que es la filosofía que nos ha tratado de iluminar el camino durante más de 2000 años, así que algo tendrá que decirnos. Con toda esta documentación, se lanzó a escribir las Doce lecciones de vida de la filosofía clásica para épocas de crisis, lecciones elaboradas con sus propias aportaciones».